
Por: José Miguel Martínez
Singapur es el puerto más grande del sudeste asiático y uno de los más activos del mundo. Está conformado por 60 islas que abarcan un territorio de 697 km² y se encuentra separado de Malasia por el estrecho de Johor. Su crecimiento y prosperidad se deben al aprovechamiento estratégico de su ubicación geográfica en el extremo sur de la península malaya, desde donde domina el estrecho de Malaca, una vía marítima clave que conecta el océano Índico con el mar de China Meridional.
En 1819, Singapur fue colonizado por los británicos y administrado por Thomas Raffles, oficial de la Compañía Británica de las Indias Orientales, quien lo declaró puerto libre y eliminó las tarifas portuarias. Posteriormente, con la apertura del canal de Suez en 1869, el tráfico marítimo en el puerto aumentó
significativamente, ya que los barcos pudieron reducir el tiempo de navegación al evitar rodear el Continente Africano.
Según el Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Singapur, durante el periodo colonial los indios británicos y los inmigrantes chinos conformaron la nueva fuerza laboral que impulsó la economía local. Los chinos, familiarizados con el consumo de opio, continuaron cultivándolo y fumándolo
en Singapur, convirtiendo esta sustancia en un producto de consumo popular.
Durante la Segunda Guerra Mundial, en 1942, Singapur fue ocupado por las fuerzas japonesas y, al finalizar el conflicto en 1945, fue recuperado por el ejército británico. No obstante, en 1963 el entonces primer ministro Lee Kuan Yew solicitó la anexión del país a Malasia.
Sin embargo, tras solo dos años, Singapur fue expulsado de la federación debido a profundas diferencias políticas entre los partidos gobernantes de ambos países.
En ese momento, la situación de Singapur era crítica: contaba con una población empobrecida, sin recursos naturales, con altos índices de adicción al opio y rodeada por vecinos más poderosos y hostiles.
A pesar de estas adversidades, Lee impulsó una política de apertura a la inversión extranjera, capitalizando el sistema de puerto libre instaurado desde la época colonial, y transformó al país en una región atractiva para el capital internacional.
Kishore Mahbubani, reconocido diplomático singapurense, señala que la mejora en la conducta ciudadana, observable desde la independencia hasta la actualidad, se basa en tres pilares fundamentales: la meritocracia, que consiste en asignar responsabilidades gubernamentales en función de los méritos individuales; el pragmatismo, que implica aprender de las mejores prácticas de otros países; y la honestidad, promovida como valor esencial en la vida pública y privada.
De haber sido una pequeña colonia británica con escasos recursos y serios problemas sociales, Singapur ha experimentado una transformación profunda en menos de seis décadas. Un ejemplo revelador es su PIB per cápita, que en 2024 alcanzó los 83,798 euros, ubicándose en el sexto lugar a nivel mundial, según datos del Banco Mundial.
No obstante, desde el punto de vista social, persiste un desafío significativo: el elevado número de inmigrantes que residen en el país. Como respuesta, el gobierno ha instaurado leyes estrictas para controlar la violencia y el consumo de drogas. A diferencia de muchas otras naciones, Singapur aplica castigos corporales que van desde los azotes hasta la pena capital por ahorcamiento.
Estas medidas pueden parecer extremas, pero han generado resultados positivos tanto en el ámbito económico como en el orden social.
Tal ha sido su impacto que hoy Singapur se posiciona como una capital internacional del entretenimiento,
el lujo y el glamur. Esto nos lleva a una reflexión inevitable: ¿Ha valido la pena implementar leyes tan estrictas para alcanzar el nivel de desarrollo y estabilidad del que goza actualmente?