En la tranquila comunidad de El Triunfo, hace mucho tiempo, vivía una pequeña niña pelirroja con una presencia sobrecogedora y un don extraordinario: sus ojos podían ver el futuro. Conocida como la vidente de El Triunfo, su vida estuvo marcada por la soledad y el rechazo, ya que la gente temía sus predicciones y la veía como un ente del mal, responsable de las tragedias que anunciaba.
La niña, aislada y triste, no tenía amigos con quienes jugar. Sin embargo, su vida cambió cuando un día llegó un niño nuevo al pueblo. Sin prejuicios ni temor, él se acercó a ella, y así nació una amistad mágica y sincera. La compañía de su nuevo amigo trajo felicidad a la vida de la niña, haciendo de esos días los más felices que había conocido.
Pero la dicha no duró para siempre. Un día, la niña tuvo una visión aterradora: veía la iglesia del pueblo envuelta en llamas y a su querido amigo atrapado, muriendo entre las llamas. Esta visión se repetía una y otra vez, llenándola de una angustia profunda. Desesperada, intentó advertir a la gente del peligro inminente, pero nadie quiso escucharla. Incluso su amigo intentó tranquilizarla, asegurándole que sólo había sido un mal sueño.
La leyenda cuenta que, a pesar de sus esfuerzos, la tragedia se cumplió tal como la niña lo había visto. La iglesia ardió y su amigo murió en el incendio. La pérdida y el dolor marcaron aún más la vida de la vidente, convirtiéndola en una figura trágica y aún más solitaria en la memoria del pueblo.
Esta historia, que aún se cuenta en las calles de El Triunfo, es un recordatorio de la tristeza y el misterio que rodean a aquellos con dones extraordinarios, y de cómo el miedo y la incomprensión pueden llevar al aislamiento y la tragedia. La leyenda de la vidente de El Triunfo sigue viva, transmitida de generación en generación, evocando tanto la belleza de una amistad pura como el dolor de un destino inevitable.