En el corazón de La Paz, junto al serpenteante río Choqueyapu, se desarrolla una historia que ha cautivado la imaginación de muchos. Hace mucho tiempo, un hombre solitario vivía en una antigua ermita cerca de un pequeño pueblo. Acompañado solo por su perro, este misterioso individuo visitaba la aldea una vez al mes para adquirir lo necesario para su vida, pagando siempre con brillantes pepitas de oro puro. Su bondad y su mirada melancólica mantenían a los aldeanos intrigados, pero un día, el hombre dejó de aparecer.
La noticia de su enfermedad se esparció rápidamente, y la aldea se llenó de curiosos que querían descubrir el secreto del enigmático hombre. Entre los aldeanos estaban Luquitas e Isabelita, dos huérfanos que, movidos por su compasión, decidieron acudir a la ermita para asistir al enfermo.
Cuando los aldeanos llegaron, el lugar estaba abarrotado y se dedicaron a buscar el codiciado tesoro que el hombre había utilizado para pagar sus compras. Sin embargo, no encontraron ni rastro del oro. Solo después de que todos se hubieran ido, los dos niños se acercaron al lecho del enfermo. Luquitas, con la dedicación de un joven médico, aplicó ungüento y gotas de una botella para aliviar al solitario. El hombre, tocado por el gesto de los niños, los adoptó como sus propios hijos y les reveló su secreto.
El hombre había sido un banquero en su país natal, pero tras ser falsamente acusado de robo y condenado a prisión, perdió a su familia en la miseria mientras él estaba encarcelado. Tras salir de prisión y enterarse de la tragedia, se refugió en estas tierras lejanas. Allí, descubrió una antigua cámara secreta bajo la ermita, llena de cofres de cobre macizo y bolsas de oro nativo, el tesoro acumulado entre las arenas del Choqueyapu.
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Con el tiempo, los niños y el hombre se convirtieron en una familia feliz, y el hombre, ahora radiante, disfrutaba de la compañía de los pequeños que llamaban a su nuevo padre “papá”. La noticia de la transformación de los huérfanos en niños bien vestidos y felices se extendió rápidamente por el pueblo. La codicia de los aldeanos, liderados por el celoso corregidor, llevó a una situación peligrosa.
El corregidor, convencido de que los niños sabían más de lo que revelaban, los hizo encarcelar y torturar, exigiendo que confesaran la ubicación del tesoro. Sin embargo, Luquitas logró enviar un mensaje a su protector con la ayuda del perro guardián. El hombre, dispuesto a proteger a su nueva familia, pagó un rescate considerable con pepitas de oro y liberó a los niños.
De regreso en la ermita, los aldeanos, consumidos por la codicia, atacaron con violencia. El solitario, sabiendo que el tesoro estaba en peligro, ordenó a los niños que extrajeran 100 bolsas de oro mientras él distraía a los invasores. Finalmente, los aldeanos, en su ambición desenfrenada, se mataron entre ellos, dejando solo sangre y caos en el lugar.
Con el peligro eliminado, la familia se embarcó en un nuevo viaje hacia Europa, llevando consigo el secreto de la cámara secreta y dejando atrás la codicia y la violencia de la aldea. Así, el tesoro del Choqueyapu se convirtió en una leyenda de fortuna, valentía y la búsqueda de una nueva vida.